La espontaneidad con la que surgen los deseos genuinos, generalmente hace que la mente no tarde en desestimarlos.
Cuando un deseo aparece, si nuestra atención no está lo suficientemente entrenada, empezaremos a valorar los pro y los contra antes de realizarlo.
La mente siempre encontrará razones, analizará cada una de las posibles consecuencias que surgirían al llevarlo a cabo y, si ninguna de ellas se ajusta a la comodidad de lo que ya le es conocido, optará por rechazarlo.
Pero la mente actúa sobre la base de sus propias experiencias. Toma del acervo de conocimientos que tiene, aquellos conceptos que cree que son los más adecuados y los aplica.
Ahora bien, que estos modos de actuar te hayan funcionado en algún momento, no es garantía de que lo vuelvan a hacer. La mente confía en ellos porque los conoce, pero de este modo se pierde de la riqueza infinita de posibilidades que obtendría si se abriera a la conciencia.
En síntesis, guiada por miedos, inseguridades y dudas, la mente se deja llevar, el deseo empieza a desvanecerse y poco a poco se vuelve a ocultar.
El trabajo interno
El primer paso al momento de conectar con tus verdaderos deseos es calmar la mente, pero acto seguido o simultáneamente, debes aprender a controlar tus emociones, de modo que toda esa energía maravillosa que recubre tu deseo, se despliegue armoniosamente, en el momento adecuado, sin ansiedades ni interferencias.
Una herramienta que en lo personal me ha sido de mucha utilidad es escribir los deseos en el momento mismo en el que aparecen. Sin razonar lo mucho o poco «alocados» que parezcan, sin preguntar los «por qué» o «para qué» quiero eso en ese momento, los escribo.
No es que indagar en los «para que» no tenga sentido, todo lo contrario. Pero hay un tiempo para cada cosa y el momento en el que surgen los deseos genuinos es un momento de pura inspiración en el que todo tu Ser te está hablando.
¿Qué crees que pasa si en esos momentos le abres la puerta a la mente?
La inspiración simplemente se retira y tus viejos programas toman su lugar.
Por eso recuerda:
Hay un tiempo para todo.
Y así como hay un tiempo para pensar, hay un tiempo para practicar la calma y conectar de manera profunda con la voz de la conciencia.